La Unión de Asociaciones Familiares (UNAF) reunió a más de 120 profesionales para reflexionar sobre cómo fomentar la parentalidad positiva tras una separación o un divorcio a través de dos talleres expertos, celebrados el 30 de noviembre y el 3 de diciembre de forma online.
El primero de ellos, impartido por la Doctora en Psicología y experta en mediación Nuria Vázquez Orellana, estuvo dedicado al fomento de las relaciones parentales. “En muchas ocasiones los sentimientos derivados de la ruptura ciega a los progenitores, que están desorientados, centrados en su dolor. Nuestra labor como profesionales es acompañarles con el foco puesto en sus hijos e hijas“.
Para ello es importante escuchar a los miembros de la pareja con el fin de establecer una relación de confianza que ayude a ese objetivo: “Aunque no se trata de estar mirando al pasado, de recordar deudas o hacer reproches, es fundamental escuchar a la pareja, validar su derecho a sentirse frustrados, dolidos, enfadados”, aconsejó Nuria Vázquez.
La psicóloga recomendó establecer una relación de comprensión y acompañamiento en la gestión de aspectos emocionales, ayudar al autoanálisis para salir del victimismo, la pasividad, la rigidez o la agresividad, potenciar los autocuidados, ayudarles a no rendirse ni desfallecer, trabajar la proactividad hacia los hijos e hijas, inhibir las ganas de confrontar, y trabajar la empatía y la parentalidad positiva.
En este sentido, hay que recordar a los progenitores que “los niños y niñas se van a adaptar mejor a la nueva situación tras la ruptura si ellos son capaces de transmitir respeto y aceptación del otro, de esa manera ambos van a estar presentes en sus vidas con una imagen positiva“.
El segundo taller, a cargo de la psicóloga María Álvarez Reyes, abordó el impacto de la separación o el divorcio en los hijos y las hijas, y la importancia de los buenos tratos para el desarrollo de la personalidad y de las capacidades resilientes. “Gracias a la estimulación afectiva, cariñosa y bien tratante el niño o niña va a conectar unas neuronas con otras y desarrollar habilidades que le permitan hacer frente a los desafíos“.
Además, María Álvarez habló del apego, donde el niño o niña busca seguridad y confort en la relación con su cuidador o cuidadora principal, una relación que jugará un papel fundamental como patrón de otras interacciones sociales. “Un apego seguro permitirá contar con sintonía emocional, empatía, capacidad de autorregulación y capacidad reflexiva”.
Sin embargo, en ocasiones se producen situaciones de estrés en la infancia, como un divorcio o una separación conflictiva, que causan traumas tempranos, complejos y acumulativos, lo que provoca apego inseguro, mecanismos regulatorios disfuncionales y problemas de conducta, entre otros.
Así, cuando un niño o niña vive episodios de violencia uno tras otro, intensos, amenazantes, terroríficos, se producen cambios radicales en el funcionamiento del cerebro: alteraciones anatómico-fisiológicas, en el sistema nervioso, representacional y en la memoria. “En estos casos, las habilidades de niños y niñas se ven inhibidas, mermadas, con desfases respecto a su edad. Y el control emocional dependerá de que otra persona adulta le ayude a pasar de la excitabilidad a la calma, de forma empática y desculpabilizadora, lo que amortiguará el impacto traumático”.
No obstante, María Álvarez recordó que las personas podemos desarrollar resiliencia, que es la capacidad para hacer frente a las adversidades, superarlas y salir fortalecidas. “Las familias resilientes son aquellas que favorecen en sus hijos e hijas procesos que los llevan a experimentar seguridad y protección, mediante la comunicación entre sus miembros, la colaboración para resolver problemas y el fomento de la apertura al mundo exterior”.